Un retrato es siempre descriptivo y tiende a la imparcialidad.
Hace ciento diez años, Henry James soltó uno breve y casi perfecto en Otra vuelta de tuerca (The turn of the screw). Cuando decimos 'casi' para subestimar al adjetivo, nos referimos a que en el retrato como género (y en otros aristas de la ficción) no se recomienda la opinión (descarada) del narrador, tal y como aparece, por ejemplo, en la última oración. Sin embargo, la acción narrativa de este fragmento ocurre dentro de un discurso directo (permanente salvoconducto de todas las acciones) lo que lo pone a salvo de ambiguedades y termina por borrar al subestimador.
Era 1898 (año mágico en el que nacieron Bertolt Brecht, Federico García Lorca y Ernest Hemingway) y James retrataba así a su personaje:
.
.
