22 julio 2007

Fragmentos

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Se decía que el valle estaba maldito desde los tiempos de la dictadura, cuando el capitán Ustari, recordado por su accionar católico y su sable fácil, metió en las antiguas cuevas de la sierra los cadáveres de medio centenar de obreros que se habían sublevado en los Campos de Raña. Al mes siguiente, para no pecar de injusto o timorato, siguiendo las instrucciones que venían desde la capital pero sobre todo guiado por su propio instinto, fusiló a una veintena de anarquistas confesos, entre los que había comerciantes turcos y judíos, maestros rurales detractores del régimen, y un primo suyo que de puro haragán se había dejado crecer la barba. El sable de Ustari dejó de ser una metáfora cuando al poco tiempo sólo quedaron en el valle curas, pastores analfabetos, las mujeres y los críos de éstos, y el andar despreocupado del capitán dándole la espalda a las cuevas de la sierra, donde una montaña de cuerpos empezaban a ser esqueletos para siempre.
Se decía que por esta razón había en la zona más iglesias que escuelas y que ningún comerciante había podido llevar a cabo transacciones sin que saliera perdiendo, a veces dinero, a veces tiempo o salud, a veces la vida. Y aun sabiendo que Sierra Turdó era una región de campesinos supersticiosos y bastante dados a la bebida, su experiencia personal terminaba dando crédito a la leyenda de Ustari.
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El desvío (fragmento)