09 junio 2013

42.Coches

Puede que te mirara. Constantemente. Sin obsesiones. O tal vez sí: con todas las obsesiones. Desde el telescopio que cruzaba la ciudad. Este Noreste. Unas ventanitas en el fondo de la lente. Sin descanso. Sin tregua. Sin miedos. Mi casa de malva y plata con las cinco letras de tu nombre rayando las paredes. Y los techos y los suelos. Y las camas. Una flecha imaginaria. También. En la sencilla brújula imaginaria que imagina cada uno de los destinos. Cama suelo techo. Avistado punto cardinal. La isla dentro de la isla. La areola encima de la almohada. El fuego quemando la amelga. Un fuego que en ocasiones era tuyo. Y yo amelga y alfalfa. Y vos incesante llamarada en medio del estómago. En ese entonces nos quedaba media vida. Sólo eso. Un puñado de tiempo. Del que no sirve para nada. Más que para convertirse en ese puñado de fuegos. Todos verdaderos. Todos posibles. Todos rayando las paredes. Como los sueños. Tras la ventanita lúcida de tus ojos verdes.