17 marzo 2009

Visiones

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A menudo, quiero decir constantemente, se me aparece un rostro. Una cara de expresión melancólica. Una cara de hombre: seria y algo mofada pero tan especial. Su contorno es difuso: lejano y cercano al mismo tiempo. Tiene boca pero no habla: no hay sonido en sus ojos ni color en sus mejillas ni flequillo de ese que descoloca el viento. Tiene pelo, sí: castaño. Y maneras de naufragar entre el vapor. Rictus melancólico en el verde de un estanque. A menudo (digamos ya constantemente) intenta decirme algo que yo no alcanzo a descifrar. Cifrada comunicación la de esa cara. De sus ojos insonoros sale una suerte de mandanga que se me viene encima cuando olvido lo que soy: lo que busco y siempre buscaré: lo que me lleva de la mano día y noche por el jardín acristalado: lo que algunos esperan y otros desean y tantos ignoran. A menudo se me aparece un rostro. Una cara muda difusa seria. Una expresión que se refugia en el silencio hasta que el otro día, a la hora de siesta, abrió la boca y por primera vez pronunció palabra. Creo haber entendido perfectamente su mensaje. A la hora de la siesta: mientras ardía. A la hora de la siesta: en el fondo del espejo.

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extraído de
Arder en el invierno
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