14 febrero 2009

Sirenas

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Vengo de no sabría donde a pedirte que me sigas. Me sumerjo y te lo ruego. Escribo con mano firme este montón de letras bajo el agua. Vengo y me quedo y entonces te escribo: soy yo: valgo este puñado de palabritas (atornilladas a los renglones) y sin embargo vengo y me planto y te ruego que me sigas. Seguime con tu nado escrupuloso, con tu pataleo que rompe las olas. Seguime y mirame y no te escapes. Seguime aunque más no sea por curiosidad, por intuición y pragmatismo. Y cuando huelas a los tiburones, acurrucate en este rincón de mi historia donde el depredador no se atreve a morder tu cola fluorescente. Tu pelo interminable. Inmóvil. Inmóviles. Brillo y merodeo. Cuesta abajo y terraplén. Quiero confesarte que en ese horizonte está el baúl donde duerme mi tesoro. Para conseguirlo, para reconquistarlo, tenés que pasar la frontera y nadar como un diablo y no detenerte jamás. Moribundo está el rencor. Agonizante la mala hora. Vengo de no sabría dónde a pedirte que me sigas. Te aseguro que en el próximo párrafo, con todas las de ganar, tu parte de abajo perderá para siempre las escamas. Y podrás caminar. Y si caminás caminamos. Y si caminamos el horizonte y el tesoro será cuestión de días.

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extraído de
Arder en el invierno
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