05 febrero 2009

Regalos

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De pronto, extiendo la mano y me das la ansiada bola fría. Se trata de una pequeña esfera con ojos boca nariz orejas. Con piernas y brazos. Con resortes que a veces son el motor y otras veces las ganas. Depende: depende del clima y depende de la necesidad. De las necesidades. De las metáforas. Como el hada madrina que me vino a visitar en el peor invierno de mi vida. Aquella vez. Era una angustia (yo). Era un sinrazón (yo). Era la piedra encima de la cabeza. Día y noche día y noche. Qué maltrato: su peso me hundía bajo el cielo de una ciudad algo extraña. Entonces apareció con sus alitas frágiles y tan alocadas. Apareció y nunca más se fue. Me tomó de la mano y nunca más nadie. Y yo nunca más. Y ella nunca más. Aquella vez. Su voz me interrumpió mientras tomaba chocolate con churros. Y yo nunca más. Ahora extiendo la mano y siento cómo ese objeto reluciente arma su propia voluntad. Viene a enseñarme el sentido que deben seguir mis pasos. Viene a pilotar en la tormenta. Viene a darme la corazonada y el reencuentro. Lleva en sí misma la energía de tantas noches, del naranja y verde pintado en su camiseta. La ciudad extraña es el centro de un país. Del país donde nació mi hada madrina: guardiana de mis ojos que también son sus ojos. Ojos boca nariz orejas. Piernas, brazos. Y alitas alocadas que me salvan de todas las balas.

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extraído de
Arder en el invierno
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