02 noviembre 2006

Miguel de Molina I

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[primera parte]
Miguel Frías de Molina nació en Málaga, el 10 de abril de 1908, en el seno de una familia más que humilde de la Andalucía de los señoritos y la superstición. Su padre era epiléptico y me imagino que en la casa sólo se oía la voz de las mujeres: su madre, su abuela, sus cuatro tías. Y su madre lo intentó pero no fue al colegio: los Salesianos lo expulsaron a temprana edad y el pequeño Miguel se unió a una compañía de gitanos con los que actuó en las principales capitales españolas. Vendió pescado, cantó y bailó en tablaos de poca monta, aprendió a diseñar su propio vestuario, a confeccionarlo, y vaya uno a saber cómo comenzó a relacionarse con los personajes más trascendentes de la época.
Un buen día cumplió veinte años. Y la primavera sevillana lo sorprendió durmiendo al lado de un joven artista árabe, Samido, superstar de los escenarios de esa capital. Podría decirse que ese encuentro confirmó la homosexualidad de Miguel, condición que él nunca ocultaría.
En 1931 -año en que se proclama la República- Miguel Frías de Molina decide dedicarse profesionalmente al mundo del espectáculo. Se convierte, entonces, en Miguel de Molina. Arrasa bailando Amor brujo y canta como nadie Ojos verdes: ya usaba esas chaquetillas ajustadas y floreadas que marcarán su eternamente su personalidad.
Cuando estalló la Guerra Civil –como todo varón en edad de combatir, supongo- fue solicitado por el bando republicano. Sus artes le permitieron participar en los espectáculos que se daban en el frente [ver Ay Carmela] y en hospitales.
Ocho años después de la victoria nacional -1942-, con la policía de Franco acechándolo constantemente, harto de prohibiciones y de una paliza que milagrosamente pudo contar («esto por rojo y maricón», le gritaban mientras le desfiguraran el rostro a patadas), Miguel de Molina decide embarcarse hacia el extranjero. El destino: Buenos Aires la Reina del Plata. Hay una canción muy bonita de Joaquín Sabina (De purísima y oro) en donde se retrata casi a la perfección la España de la posguerra: quiero decir la diferencia abismal de clases. En esa canción se escucha ...y en un barquito / Miguel de Molina / se embarca caminito de ultramar.
Triunfa en Argentina y hasta adquiere una casa en propiedad. Pero de la pesadilla franquista no se despertaría tan fácilmente: recibe una orden de la Embajada Española en Buenos Aires en donde le exigen que regrese a la península inmediatamente. Mientras tanto lo meten preso y le quitan todo lo que tenía.
En la España de Franco, Miguel de Molina soporta todas las aberraciones de régimen (¿por rojo y maricón?). Poco tiempo después logra marcharse a México donde también consigue un éxito notable. Pero los teatros mexicanos –y más cosas, claro- eran controlados por Jorge Negrete. Miguel rechaza las imposiciones de Negrete y sus secuaces y eso marca el final de su estancia en el país azteca. Se dice que una noche, mientras Miguel de Molina actuaba a teatro lleno, irrumpió un fulano con aires de navajero, dando gritos y suspendiendo la función. Ese fulano era el secretario y mano derecha de Negrete: un tal Mario Moreno. Sí, Mario Moreno «Cantinflas».
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