08 noviembre 2006

La entrevista infinita

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LOS TALLERES LITERARIOS
Hace poco, en una entrevista publicada en Página/12, Gustavo Nielsen dijo lo siguiente: “La idea del taller literario, que es un modo de ganarse la vida para los escritores, no la puedo comprender. No puedo entender que la gente quiera ir a un taller literario, es como querer ir a un taller para aprender a fumar”. Usted coordina talleres literarios, ¿qué opina al respecto?
—Que Nielsen tiene razón, que yo tampoco puedo entender el porqué.
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Y sin embargo los dicta...
—Sí, claro. Y no exclusivamente por dinero: lo hago por puro placer personal, por el bienestar que me genera a mí [se clava ambos índices en el pecho, dos veces], por volver a leer en voz alta textos imperdibles, por tener la posibilidad de trasmitir una idea (literaria) equis. Y porque de tanto en tanto, aunque usted no lo crea, encuentro una oración perfecta e inolvidable escrita por gente que nunca había leído, por ejemplo, A través del puente o La salud de los enfermos. Creo que Nielsen opinó desde una visión de autor nato, y está bien: un autor nato no concibe la posibilidad de que un tipo le intente explicar cómo o con qué se escribe un cuento porque el autor nato eso ya lo tiene incorporado desde que aprendió a distinguir los colores (y sabe o sospecha, además, que ciertos menesteres son intransferibles).
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—¿Puede un escritor ganarse la vida dando talleres literarios?
—No, esa frase es figurativa. Hay muy pocos escritores que se ganan realmente la vida coordinando estos cursos: yo no, desde luego. Ahora, que para mí es menos desconcertante (y más gratificante) que repartir pizzas o atender el teléfono en un estudio de abogados, por supuesto. Pero no es el caso. Por lo pronto, en un taller literario lo que se dan son herramientas. Herramientas para, modos para (herramientas y modos que, con un poquito de predisposición, se pueden entender leyendo cualquier texto de ficción, sin ir a ningún taller). Yo no creo que nadie sea tan iluso de apuntarse para aprender a escribir, porque eso es más absurdo que lo del taller para aprender a fumar.
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—¿Por curiosidad, tal vez?
—Tal vez. No lo sé (como Nielsen). Lo que sí sé es que siempre se trata de gente que le gusta escribir ficción, que terminan el taller dicíéndome ‘ahora ya sé qué es un flash-back’, ‘leí tal texto y reconocí un ritornelo’, ‘en esta novela hay una digresión desde aquí hasta aquí’, ‘esta voz tiene un problema de registro’. Es posible que muchos se apunten por curiosidad, que paguen una cuota y que se tengan que cruzar media ciudad para que un fulano le explique formas de citación. Yo, le repito, no coordino talleres para los alumnos: es mucho más que eso. Cierta vez le pregunté a una muchacha por qué estaba en el taller y me contestó que había escrito un cuento y que luego lo había comparado con uno de Maupassant y que al rato, mientras miraba televisión, pensó en voz alta ‘el lunes, sin falta, me apunto a un taller’. En una de ésas, ahí, en semejante conclusión, descansa la respuesta a todas nuestras dudas.