26 marzo 2013

Work in progress

Sobre lo que no deja ver el discurso directo. Y sobre el a veces inevitable y necesario apoyo del narrador.
"—Si no tienen hielo allí, nada. Os volvéis —dice—. No vayáis al pueblo ni a ningún otro sitio, ¿vale? Que no son horas.
"Habla con un lejano acento extranjero, un deje que sólo se le nota en la entonación de algunas palabras, en el final de ciertas expresiones. Lleva mucho tiempo en este país, más de media vida. Y sin embargo, no se ha podido quitar del todo esa resonancia, ese eco, y esa imagen acústica que la señala como forastera y que de algún modo la distancia de los demás. Aunque lleve más de treinta años aquí. Aunque su esposo sea de aquí y lleve con él poco menos que esos mismos treinta años. Aunque sus hijos hablen, naturalmente, sin acento, y sus amigas y los vecinos y los compañeros de trabajo también, y la televisión y los locutores de radio y las películas que ve en el cine también. No ha podido y tal vez nunca pueda del todo. Ella lo sabe. Sabe lo que todos los extranjeros van comprendiendo con el paso inevitable del tiempo. No hay, a la fecha, ninguna posibilidad de borrar el pasado.