09 marzo 2013

Work in progress

Sobre lo infinitamente inquietos que resultan algunos personajes. Aun cuando no se mueven. 
"Julián, de pie en la hierba, apoyado contra la columna que sostiene el alero de la galería, hace pruebas con el móvil. Y escucha a su hermana. Y los ve: ve la coleta de Eva y también sus piernas, ve a Javier al lado de esas piernas, con las manos en los bolsillos de las bermudas. Y entonces va con ellos.
"La galería da al fondo de la parcela. A la piscina. Después está el alambre y después, casi pegado al alambre, el camino de tierra. Y después el bosque, los abedules altísimos.
"Mabel los ve a los tres yendo en dirección a la piscina. Eva va en medio. Después la penumbra no le permite más que intuirlos. Cree que se detienen. Cree que se sientan en el bordillo. Cree que Eva es la primera en hacerlo. Después deja de mirarlos y sale de la galería. Pero no hacia la dirección que fueron sus hijos sino hacia los cerezos. Llega a la hierba. Ve los cerezos. Y Alberto la ve mirando los cerezos, o al menos con esa intención. Y se levanta. Y Ana ve levantarse al marido de su amiga y sabe, perfectamente, hacia dónde irá.
"No es la hierba que conduce a la piscina donde está Mabel de pie mirando los cerezos. Todo el flanco izquierdo de la casa, a unos veinte o veinticinco metros de la pared, está sembrado de cerezos. Nadie sabe, tampoco, quién los sembró. Están allí desde que Alberto tuvo uso de razón. Su padre le había dicho una vez, cuando él era niño, que los cerezos eran más antiguos que la casa. Y que hubo más, que todo eso y todo aquello, le había dicho, eran también cerezos. Pero es un recuerdo vago que a veces cree haberlo soñado.
"—Qué haces.
"No quiere que la vean vagando por la hierba porque se darán cuenta de que le ocurre algo. Algo que ni siquiera ella sabe qué es. Por eso mientras su marido le habla ella camina. Camina bordeando la casa.