Por supuesto que nos escondíamos constantemente. A veces hasta
nos perdíamos. A veces en el fondo más inhóspito del sitio menos pensado. A
veces por las noches pero generalmente durante el día. Como dos dráculas
envenenados por la impaciencia. Siempre tras un arrebato que siempre salía
desde alguna escandalosa parte de nuestros cuerpos. La ciudad era ese mapa. Y
ya no teníamos marcha atrás. Tu mano derecha apretando el cuello de un abrigo.
Mis ojos sobre esa mano. Y entre ese cuello y esa mano y esos ojos. El fogonazo
que nos cegaba. Por supuesto nos revolvíamos constantemente. A veces hasta
quedarnos dormidos en la penumbra del parqué. A veces amanecía y otras veces amanecíamos
untados de mermelada. Nos perseguía una suerte de vaticinio. Nos perseguía la
ciudad aunque la reemplazáramos viajando en aviones imposibles. Éramos dos
vampiros bajo un sol de justicia. Sin opción de refugio. Sin opción ni
movimiento. Con todas las certezas envueltas en papel de fumar.