14 diciembre 2012

Work in progress

Sobre el modo en que algunos personajes desvían la verdad.
"También Madre le había dicho que no: No tienes pelo para dejártelo crecer así. Desayunaban en la mesa circular de la cocina. Los tres. Como todos los días de diario, antes de ir al instituto. Su hermana untaba mantequilla y él observaba cómo el cuchillo se movía por encima del pan tostado, cómo esos dedos hacían posible el movimiento, parsimonioso y mecánico, y cómo inmediatamente después, por algún descuido, ella se metía en la boca la yema del dedo índice. Pareces un hippie, hijo. Y en el verano tendrás más calor, ya verás. Madre no suele tomar café por las mañanas: toma una infusión que sus hijos aborrecen. Y esa mañana de principios de mayo, mientras sorbía su infusión, mientras echaba agua y volvía a sorber y quería saber más detalles sobre la inminente prueba de selectividad, soltó aquello del fisioterapeuta. Julián, ahora que insiste con escribirle a su hermana, ahora que ya no volverá a dormirse y ahora que le gustaría poder levantarse de la cama, no lo recuerda. No recuerda esa mañana del mes pasado, ese desayuno en que Madre dejó caer, como si no tuviese la importancia que sí tiene, aquello de Por cierto, qué es eso que me dijo el fisio de que en septiembre te harán otras pruebas. No recuerda ahora ese momento, ni que se le llenó la cara de rojo, ni que con esa cara encendida de rojo buscó los ojos de su hermana. Pues sí, y estoy hasta los huevos de pruebas. Y con la cara todavía encendida: Estoy hasta los huevos de pruebas y del puto fisio y de la subnormal de la psicóloga que no para de soltar chorradas. Su hermana, entonces, lo miró. Y Madre, entonces, no dijo nada. Sorbió otra vez el mate y después, como si se saliera del diálogo o como si ese diálogo y esas palabras desquiciadas no hubiesen entrado por sus oídos, Daros prisa que hoy vamos tarde.