24 noviembre 2012

Work in progress

Sobre la ausencia definitiva y sobre la fuerza de un verbo en pretérito. El ejercicio funciona: Eva se perturba, el lector ve su perturbación.
"Es madrugada y Eva no tiene sueño. Tiene sed. Ya menos. O menos de la que tenía mientras regresaba, mientras cruzaba la ciudad en taxi y la ciudad era apenas la mancha y la estela de todas esas imágenes que se repetían más allá del cristal de la ventanilla. Lo ha olvidado pero poco antes de llegar, cuando ya estaban en su calle, el taxista le dijo de pronto Se parece usted a mi hija. Así, sin más. Era un hombre de la edad de su padre y para decirle eso le había buscado la mirada por el espejo retrovisor. Probablemente la haya estado observando de un modo constante durante buena parte del trayecto. Y habría sido una frase suelta, huérfana, de no ser por la siguiente frase suelta y menos huérfana que empezaba con un Aunque ella y terminaba con un No llevaba el pelo así. Eva, ahora que bebe agua y mira el móvil apoyada en el borde de la encimera, lo ha olvidado pero en ese momento, tan singular y fragmentario, sin saber nunca muy bien por qué, volvió a sentir esa espantosa sensación de culpa. Entonces se había tocado la cicatriz que le parte la frente, que le baja desde el cuero cabelludo y que no termina sino encima de su tabique nasal. Una marca, un cartel luminoso, un suvenir obligado que la cirugía plástica no ha conseguido borrar del todo, que de lejos no se le nota pero que ella bien sabe que siempre estará ahí, cruzándole la frente, aun cuando la cirugía consiga hacerla desaparecer.