09 enero 2010

Pirámides

Es algo parecido a una tormenta: al agua cayendo como varillas desde un lugar bucólico y seguramente mal pensado. Al agua cayendo contra todos los toldos. Contra el pasto y la tierra seca y por qué no la arena que lame el mar. Y por qué no el asfalto. Sobre un paraguas bicolor que avanza por la ciudad. Algo de oscura y macabra espalda alimenta su vocación puntiaguda, su ladera inescrutable. Como insectos, así de voraces, varios señores vestidos de azul deambulan su contorno. Van y vienen. Insultan. Hubo una operación aritmética en el corazón de aquella noche. Un muñequito de torta partido a la mitad. Una maldición. Triángulo de pie en medio de la maroma. Todo corresponde a una punta y entonces todo chorrea desde ahí. Las ganas y el terror. La melancolía del que tanto amó y tan poco recibió a cambio. La punta se hace vértice mientras los señores de azul recorren una y otra vez la base. Putean. Después aparece la luna, descamisada, rodando por el empedrado. Después aparece él. Y más temprano que tarde ella. Se encuentran. Ninguno de los dos lo sabe pero todo corresponde a una punta. Al vértice alto e intocable que alguna vez intentaron compartir. Algo parecido a un diluvio pero sin arca donde salvarse.
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extraído de
Arder en el invierno