13 mayo 2009

Anillos

La indiferencia siempre fue su fuerte: su parte menos vulnerable: su alternativa y también su modo de sobrevivir. Es un dictamen, una sentencia, un martillazo que da contra la madera del estrado. Palo y hueso, fósforo y oscuridad. Entonces nunca más nada es igual. Su dedo anular tarda en liberarse pero el día menos pensado: la inapetencia absoluta, la autoexclusión absoluta: el olvido que siempre es absoluto. Como si nunca nada hubiese sido. Como si nunca nada en este mundo. Suavecita y mordaz, almita y sinrazón. Desaliento. Peca su mano clara de fácil abandono. Peca y huye y ya no regresa a la bisutería del invierno. Aplica con pericia la inyección de la indiferencia. Y ya no regresa. Da su parte de adelante y por poco cualquiera se la cree. Cualquiera reemplaza y cualquiera viaja en su regazo congelado. Habla y calla: sueña y corta. Suavecita y virulenta: su dedo anular pesa poco en el almanaque de los compromisos.


.
extraído de
Arder en el invierno