10 octubre 2006

La entrevista infinita

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LA NOCHE
—Elija un momento del día.
—La noche, sin dudarlo [arquea las cejas y hace una pausa extraña]. Es el único momento en donde la memoria trabaja a la par nuestra. Sí, haga la prueba. Yo no puedo escribir ni dos renglones durante el día: me molesta todo: la luz de aquella ventana, el teléfono, la vecina que canta a lo Valeria Lynch, los sonidos de la prensa rosa, a veces el timbre... Es una pesadilla. De tanto en tanto no me queda más remedio que revisar [levanta las manos, dibuja unas comillas en el aire, índice y mayor, índice y mayor] algún texto por la tarde y, le juro, lo paso muy mal. Proust y Kafka vivían de noche. Hay un artículo de Osvaldo Soriano en el que confiesa que él se acostaba a las ocho de la mañana y que dormía hasta las cuatro de la tarde. Así todos los días [sonríe]. La idea kafkiana de cueva es la noche, la madrugada, si usted prefiere: tu lugar de trabajo se convierte en un sótano improfanable: después sólo queda posar los dedos sobre las teclas, hundirte en el silencio, aprovecharlo. Es como si el tiempo, de pronto, se congelara. El tiempo, que es todo lo que tenemos.