17 septiembre 2013

Work in progress

El chico rubio, el chico moreno, la chica morena. En la noche envenenada, yendo hacia la casa, después de haber estado sentados en el bordillo de la piscina.
"Caminan, los tres, en dirección a la galería. El chico rubio unos metros por delante, la cabeza gacha, mirando su teléfono móvil.
"La penumbra empieza a abandonarlos a medida que se aproximan a la casa y el chico moreno piensa en que no debió enseñar el vídeo, en que No debí hacerlo porque este cabrón podría chivarse cualquier día, podría, piensa mientras camina junto a ella, Contárselo a ella. Eso le preocupa. Y piensa en amenazarlo con aquello de los catorce sapos torturados hasta la muerte. Pero sabe que son cosas muy diferentes. Que no cundiría. Y piensa, otra vez, que será mejor no decir nada.
"Y mientras caminan hacia la luz, en el momento en que deja de pensar en chantajes improductivos y ve la melena de su hermano en medio de la mesa que improvisaron los adultos para la cena, siente, como se siente lo que no es real, como se siente lo que sucede en los sueños y no en la vigilia, siente, que ella le roza, muy a posta, la mano. Y sin que el roce se acabe, mientras caminan y nadie puede ver ese detalle, ella se anima un poco más y aprieta y sostiene y hasta tironea de su dedo meñique. ¿Se miran? Se miran fugazmente. Y él, sin terminar de entender si aquello se lo está imaginando, si aquello no es una acción más propia del sueño que de la vigilia, cuando la luz ya es parte de ellos, deja, así, de sentir nada.