Todo por debajo. Todo subterráneo. Oculto. Todo arrebato y
todo piedra contra piedra. Todo prisas en el maravilloso limbo de la madrugada.
Ahí estaba la puerta correcta. Ahí estaba el camino, el manantial. Y ahí
estábamos nosotros. Con el agua caliente y tus ojitos enrojecidos por la
anatema de no poder. De quererlo todo. De saberlo todo. De intentarlo todo. Alguna
vez preferimos no habernos cruzado. Qué ridícula idea. Qué ridículamente bonita
aquella noche en Malasaña. Se escapaba plácido el otoño y sus hojas secas y
nuestras intenciones debajo de todas esas hojas. Secas. Prisas en el limbo. Después
los abrazos. Después la ropa regada por el suelo. La transferencia de
sustancias en el combate cuerpo a cuerpo. Después el cielo de Clerkenwell. Sin
estrellas. Infantil y precioso. Y aquella manía nuestra de viajar en metro,
donde nunca importan mucho los abrigos. Sólo tu mano ceñida y tu camiseta corta
que lo dejaba ver casi todo. Todo arrebato y todo piedra contra piedra. Aunque
en el fondo seguías estando vos: siempre con la cara lavada y siempre con el sí
por delante.