09 marzo 2010

Sirenas

No vive exactamente ahí: en la planicie azulada que algunos llaman mar. No es parte de la noche. No es fatiga ni escozor ni odisea. Un conjunto de razones le dan alas para avanzar, y que la orienten las farolas. Agua sobre agua, murmullo de gaviotas: lejos quedó la arena y extraviado el mirador. Muelle lisonjero donde pescadores enguantados dicen haberla visto alguna vez. Hubo un ulises melancólico que soportó estoicamente su canto. Las notas del placer. Atado al palo mayor pero también al destino de aquella mañana en que nadaron como locos en busca de la revolución. Soportó el canto. El llamado de la selva. El sonido embrujado que muy pocos seres escucharon jamás. Cera en los oídos y patacones en los bolsillos. Tripulación alerta. A ver si no va a ser verdad su movimiento circundante, su cola que lleva y trae, su desprecio y su parte de abajo. Su cinturita inseparable que la convierte en preciosura. A ver si al caer la tarde, de una vez por todas, no la desorientan las mareas del norte. Siempre tan madrastras y proclives al destierro.
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extraído de
Arder en el invierno