04 febrero 2010

Regalos

La mujer se lo dirá. Aun bajo presión. Aun en las crueles circunstancias que la rodean. La mujer se lo dirá. Tiene o lleva la respuesta cobijada en los párpados. En el contorno de su boca joven. En el ardor que recorre su vientre como nunca antes como nunca antes. Y en el sobre blanco que viaja junto a ella y que ella no olvidaría por nada del mundo. Se lo dirá. Le dará el sobre sin siquiera abrirlo y esperará a que él solito encuentre el veredicto. La certificación de lo que no tiene retorno ni vuelta atrás. Se lo dirá. Aun contra su propia voluntad y a sabiendas del enojo ajeno, del repudio y por qué no del insulto. Ser feliz e infeliz al mismo tiempo. Esa sensación, con formas de zumbido, la acongoja. Pero en el centro de su memoria sigue rozando la barbilla de su amante. Por su pecho joven. Por su cuello tenso. El sudor y los quejidos: la esperanza: el despertar. La mujer se lo dirá. También es su deber informar. Padecer. Romper en lágrimas después del hundimiento. Ella y el sobre. Ella y la distancia. Ella y la nada. Mientras tanto se consuela: la posibilidad más ínfima. La que nunca escuchará. La imposible. Mientras tanto viaja con la respuesta a flor de piel. Entre la brisa y la incógnita. Entre la felicidad y el terror que nace al otro lado del espejo.
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extraído de
Arder en el invierno