20 junio 2008

Cartografías

El camino que elegiste es erróneo: hoy lo supiste. O tal vez ayer; hace poco muy poco, en definitiva. Pero ya lo sabés: son más kilómetros y la sinuosidad te zamarrea la vista, te la licúa. Dentro del artefacto hay leche y bananas maduras. Hay hielo. Entonces todo se revuelve y cruje y llega al punto mágico de bebida inolvidable. Abrís el mapa en la página de los aciertos, hacés fondo blanco: algo glotón que te llena el cuerpo. Una gota -la última- se contonea en tu labio inferior y cae y pega y explota. Explota la gota inolvidable. Explota al chocar porque choca justo en un punto del mapa que conocés de memoria. Lo señalás con el dedo y la gota se te sube. Trepa, la gota. Y deja de ser gota apátrida para ser tu gota, la mejor pero también la única. Donde cayó hay una ciudad. Esa ciudad perece inundada, nunca más habitable: fantasma y muerta y hasta sepultada. Camino erróneo, camino equivocado, camino descaminado. Pedí un mapa actualizado, nuevo, exclusivo; abrilo acompañado de otros labios y vas a ver cómo las rutas se parecen entonces a las que nunca pisaste, a las que siempre quisiste recorrer y no con el dedo y no con el dedo ahogado por la gota mágica, esa que salpicó una tarde de enero el camino infinito que vos elegiste con tanto ahínco. Por el que apostaste, además, todas la fichas. Inútil ahínco el tuyo. Inútil y desgastado; gota sin paradero olvidada en la ciudad.
.
extraído de
Arder en el invierno