17 enero 2007

Los meses negros

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La noticia es muy mala pero tengo la necesidad de confesarla: hace cinco meses que no escribo una letra. Nada: ni siquiera un párrafo de puntuación escabrosa o una mísera oración de esas que según las terminamos nos quedamos observándola como subnormales sin poder avanzar ni retroceder ni terminarnos el café recalentado que tanto nos espanta el apetito. Nada de nada. No paso de alguna que otra corrección obligatoria o de los apurados post que increíblemente subo a ECDF.
Entre julio y agosto terminé un cuento de cinco folios en donde una familia de dudoso futuro enseñaba penas de playa en aquel inolvidable verano de 1982. Antes de eso me había estado debatiendo con un cuento largo que supuse de suspenso o terror y que acabé dividiendo en diez o doce mini capítulos, algunos de ellos de escasa calidad audiovisual.
Algo grave ha ocurrido: la gente en la que creemos y hasta confiamos nos sigue traicionando. No hay escarmiento: hay una genética individualista basada en el espanto. Cada uno a su jardín. La palabra dada, el compromiso verbal, carece casi de valor y el horizonte es otro horizonte aunque nosotros hayamos visto algo más o menos naranja y verde.
No sabemos hasta cuándo durará este caos. Por lo pronto, llevo cinco interminables meses sin escribir una letra. Demasiadas veces me despierto sobresaltado y busco en la oscuridad las cosas que he perdido sin querer: los amigos de la adolescencia, los carnavales, unos ojos claros. Es una sensación extraña y bastante difícil de digerir: como cuando caminaba por Venecia, esa tarde de marzo, y todo el tiempo temía que se me cayera cualquier cosa al suelo, es decir al agua, es decir para siempre.